Sandoval de la Reina en la revista Regañón - Año 2003
Artículo cedido por cortesía de Justina Pérez
He pasado varias veces por la carretera que desde Villadiego te acerca a Sotresgudo. Y siempre, cuando llegaba a Sandoval de la Reina, me decía a mí mismo: "un día tengo que detenerme y pasear por este pueblo". Porque desde lejos tiene toda la pinta de esconder un no sé qué de interesante. En la primera ocasión dejo el coche. Aquí no hay distancias y el paseo ofrece la posibilidad de disfrutar de los pequeños detalles de sus construcciones o de saludar y desear buenas tardes al vecino que responde al saludo con una mirada desconfiada y a la vez fisgona. En la parte alta, coronado por un altozano, se levantan la iglesia y la ermita de San Roque. Da gusto pasear por nuestros pueblos tan bien cuidados y asfaltados. Si tienes suerte y lo haces como yo cuando aún no apretaba el frío las flores lo invaden todo, revientan las ventanas y llenan las aceras. Aquí las calles están trazadas como en semicírculo abrazando la pequeña elevación del terreno. Cuando llegas a la última casa descubres que las bodegas completan la circunferencia. Algún añadido moderno rompe el encanto de la arquitectura popular. Justo por este lado discurre el río Odra sombreado de jóvenes choperas y sobre la corriente el puente antiguo que le dicen romano. El paseo es ameno e imagino a las cuadrillas, los sarmientos y ese fato mezcla de grasa, fuego y humo tan característico en los merenderos las tardes de verano o en las fiestas del Rosario. Estoy junto a la iglesia en la parte posterior. Solo viendo las cosas despacio y fijándote aparecerán detalles que de otra manera pasarían desapercibidos. Me doy cuenta que en la cornisa aún quedan canecillos románicos. El libro recién publicado sobre el pueblo nos recuerda que en su término hubo alguna ermita románica. ¿Procederán de ahí estos canecillos? Pongo especial atención en uno y, no me lo puedo creer, pues representa a una madre en el momento del parto. Llego al soportal. Porque corre el aire aquí encuentro abrigaño. El asiento corrido invita a un breve descanso. Cierro los ojos y por mi imaginación van apareciendo . . . los saludos domingueros y el cigarrillo en compañía, el juego bullicioso de los niños o el último adiós al ser querido. El verde jardín cercano invade el soportal del color y de olor. La mirada se pierde en el suelo. Es una manía aprendida cuando espigábamos por los caminos y ahora practicada en tiempo de las setas. Y el pavimento ofrece detalles sorprendentes. El empedrado es variado, pues combina los cantos de varios colores, las tejas y ladrillos con los huesos que parecen de la columna vertebral de algún animal. Si te detienes un poco más ... en hueso están marcados los detalles que más interesaba destacar AÑO 1738 y después de dos círculos las iniciales R.A, seguramente iniciales del nombre y apellido del maestro empedrador. El sol de la tarde da los últimos suspiros. El sol incide de manera oblicua sobre el enlosado. Con esta luz aparece nítidamente un cuadrado de unos siete centímetros de lado y un punto en el centro. Lo he visto sobre la losa más firme en la entrada de varias iglesias y es un símbolo desconocido para mucha gente. Es la señal del punto geodésico y que nos indica la altura en la que está situado SANDOVAL DE LA REINA con relación al nivel del mar Mediterráneo, que aquí es de 870 metros de altitud. Miro al reloj. ¡Cómo pasa el tiempo! Mereció la pena este buen rato en Sandoval.
C. González |