Paseo Primaveral por la Ribera y los Campos del Odra
La montaña no existiría sin el llano. La grandeza del monte lo es en relación con la nobleza de la llanura. La campiña mesetaria ‘también existe’ y hoy toca ensalzar su esplendidez y generosidad. Es día para disfrutar de su naturaleza y de las creaciones culturales que se han enraizado en ella a lo largo de siglos. ¡Qué mejor para ese agradecido homenaje a la llanura que recorrer la campiña del río Odra, al abrigaño de la montaña de Las Loras Peña Amaya, Peña Castro, y La Ulaña!
Nuestra reciente ruta de las “20 Ermitas” (* ver debajo: Rutas Cercanas) por el alma y el cuerpo de estas tierras nos dejó con anhelo de más… Aquella fue una visita de espacioso ‘gran angular’ por la comarca; ésta, de ‘lupa’ focalizada en una zona particular: los pueblos de Sandoval de la Reina y Villanueva de Odra; su río, el Odra, la campiña de éste, y con ello también algo de las raíces histórico-artístico-culturales de sus gentes.
En un deslumbrante día de primavera, ya avanzada, iniciamos la marcha en Sandoval hacia Villanueva. Pero no por el trayecto más corto entre los dos puntos, el propio río que los entrelaza. Ese recorrido ya lo habíamos hecho hacía varios meses, en el otoño (**). Ahora quisimos saborear sus campos, con las espigas ya crecidas, y sus caminos festoneados de flores silvestres. A la ida, nos alejamos del río; a la vuelta, más cerca de él y por el otro lado.
Al partir de Sandoval (antes de las 8 a.m.), varios vecinos ya estaban en sus quehaceres. Hablamos con Almudena, Fidel…. Nos dirigimos al sur por la calzada a Guadilla, dejamos a un lado el humedal de los prados de San Juan, y enfilamos el camino de las Cárcavas. Los campos y caminos se exhibían en todo su esplendor, con variopinto colorido estacional. A nuestra espalda se recortaba Peña Amaya, como amparando las faenas en la llanura.
Casi sin darnos cuenta, 6 km después, llegamos a nuestra primera estación, la ermita de Nuestra Señora de La Magdalena. Pertenece ya a Villanueva de Odra, aunque dista del pueblo 3 km. Parada bien merecida. Ermita de origen románico, finales del s. XII; reformada. Destaca su portada, con cuerpo saliente, tres arquivoltas de medio punto, y su decorativo ajedrezado. Un lugar para levitar. Las vistas hacia el norte (Peña Amaya, cómo no…) son inagotables.
Pero toca despedirse e ir a la segunda estación, ya en Villanueva, recorriendo 3 km (algo más de 1,5 de ellos por una solitaria carretera local). Iglesia gótico-renacentista (s. XIV), edificada sobre un templo románico, de principios del s. XIII. Sobre el Odra, un puente medieval con origen romano. En una zona, toda ella, con fuerte raigambre cristiana desde los albores de La Reconquista, Villanueva tiene tres ermitas con nombre propio (incluyendo La Magdalena).
Dos de las ermitas están, no obstante, arruinadas en la actualidad. En las afueras, al oeste, la de Santa Brígida. De ella, irreconocible como tal, sólo quedan los muros exteriores, con una enorme portonera metálica, como almacén de maquinaria agrícola. Otra, la de San Roque, a unos 400 metros del pueblo hacia el este, tiene su tejado hundido y las paredes semiderruidas. Su puerta de piedra con arco de medio punto permite entrever su pasado.
Sentimos la derrota por el implacable paso del tiempo, pero reemprendemos la marcha; ahora casi siempre próximos a la ribera del Odra. La vegetación es más frondosa. Como esta parte ya nos es familiar del pasado, nos desviamos ligeramente a la derecha para dirigirnos a nuestra tercera estación, la ermita de San Martín de Castrorrubio (o Castro Rubio, o Castarruyo), perteneciente a Sandoval de la Reina, aunque distante de él unos 3 km.
Momento para detenerse y transcender en el cerro sobre el que la ermita se yergue. Extraordinarias panorámicas, particularmente hacia las elevaciones montañosas del norte. La hilera de arbolado marca el curso del Odra entre Villanueva y Sandoval. La ermita se asienta sobre un castro fortificado prerromano, calificado de rúbeo por el color rojizo del terreno; de ahí el nombre del lugar: Castro-rubio.
La ermita es una curiosa y singular combinación de piedra y adobe. Sirvió inicialmente como torre de vigilancia o defensiva; posteriormente, como iglesia del poblado (de Castrorrubio); y, finalmente (al desaparecer éste en el s. XVI), como ermita de Sandoval. Fue rehabilitada en 2012 gracias a generosas iniciativas populares y de asociaciones culturales. Motivo de satisfacción.
Descendiendo al ‘mundo de las cosas’, pero aún bello, aún natural, nos acercamos de nuevo al Odra. El agua cubría las piedras en Los Pasaderos. No se podía cruzar; buena señal. Seguimos fielmente, pues, su margen izquierda (por el este) hasta Sandoval, la cuarta estación. El enorme puente de piedra de la carretera, primero; el estirado puente medieval (o ‘romano’ o ‘de las bodegas’), después.
Recorremos las bodegas (debe haber unas 20). Encaradas inteligentemente hacia el norte, el fresco. Las recorremos ‘sólo por su exterior’ (‘a estas horas…’). Subimos al Torrejón, un cerro en el lado norte del pueblo. Allí se alza la ermita de San Roque, entera en sillería de piedra, que se mantiene firme (a pesar de algún amago de grieta). En realidad, Sandoval también puede (o pudo) presumir de tres (o, tal vez, cuatro) ermitas, si incluimos la(s) de San Juan (y de San Millán), hace mucho tiempo desaparecidas, cuyos canecillos románicos están en la iglesia.
A ‘un tiro de piedra’, en el mismo promontorio, supervisando o presidiendo los afanes de sus habitantes, se halla dicha iglesia; imponente por su tamaño y, a la par, con sólida elegancia. Su origen data del siglo XII, si bien su interior es tardo-gótico. Destacan la pila bautismal (con gallones y cenefa de tallos entrelazados) y sus canecillos (músicos, animales, un exhibicionista, un parto, etc.); en el alero sur y en el norte. El pueblo, con digno amor propio por sus tradiciones y su historia, también ha puesto desvelos y esmero en rehabilitar este templo.
En fin, una excelente ruta, con un componente naturalista y otro cultural, en un momento ideal del año. Un paseo descansado, a pesar de la longitud, casi siempre por cómodas vías rurales. El arbolado del río ayuda a orientarse siempre (a lo cerca y a lo lejos), pero conviene llevar alguna guía para localizar las ermitas sin equivocarse en las encrucijadas de caminos y sin dar rodeos.
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