Ruta de Peña Castro y Valdeamaya
Peña Castro (o Peña o Lora de Albacastro) y Peña Amaya son ‘hermanas’ paralelas separadas por el valle de Valdeamaya (o del Arroyo Gallinas). Este valle rectilíneo tiene dos vertientes, una sube y la otra baja. Pero, apenas se darán cuenta de ello las piernas del caminante: no sube y baja mucho (unos 50 metros por cada desnivel); y, además, la cabeza las habrá ‘desconectado’, porque irá absorta en lo que le rodea. Un paraje extraordinario.
Peña Amaya es la ‘niña bonita’ (nadie se ofenda en ‘estos tiempos’; es sólo rendida admiración; amor platónico) del Geoparque de Las Loras. Tan escultural y con tanta historia humana sobre su lomo y en sus escarpes. Peña Castro, siempre al otro lado, a su sombra, un paso por detrás (según se mire). Menos simétrica, pero más variada, desde sus aristadas crestas a su extensa planicie. Con más caras. Con dos graderíos rocosos en su cara sur y un gran talud en el norte. Como con más ‘personalidad’ (si cabe).
Había subido en el pasado a Peña Amaya un buen puñado de veces. Una, con la bici al hombro hasta media ladera antes del primer escalón; allí se quedó y allí la encontré horas después, al bajar. En cambio, a Peña Castro, sólo había montado una vez, hacía muchos años también, desde Amaya. Pero aquella fue una visita beligerante y ascética por mi parte: ‘voy, me encumbro, venzo, y me vuelvo’. ‘A ver si me doblegas’. A derecho, sin senderos, trepando y destrepando por lo difícil. En un día crudo de invierno; con cellisca y viento. Cosas de juventud.
Ahora, en cambio, ha sido una visita a Peña Castro amistosa, sosegada, hedonista. Dejándome llevar, dejándome mecer, dejándome hechizar por ella. En un apacible día del final de la primavera. Buscando los mejores senderos de acceso (bueno, con cierta exigencia, inevitable en este caso) y descenso (más fácil). Paladeándola desde su inicio, próximo a Villamartín de Amaya, hasta cerca del final, frente al despoblado de Puentes de Amaya. Disfrutando ‘de lo lindo’ (también la vez anterior, pero muy de otra guisa).
La ruta comienza en Villamartín. Hasta la base de la peña, un placentero camino. Luego, ladera arriba sin ‘paños calientes’, haciendo eses, ojeando a cada poco los metros siguientes para ver la mejor opción de avance. En la parte ‘dura’, en 1 km se ascienden 250 metros. No es mucho, ni tiene peligro; solo algo de lógica sobrecarga. Luego se sigue ascendiendo, pero suavemente y con la vía más expedita. Siempre sin sendero, nunca lo hay por allá, pero con vegetación herbosa, únicamente.
Arriba, las panorámicas por todos los lados desvanecen cualquier incomodidad física. También las manadas de caballos, numerosos, pastando serenos. Hay una zona de crestas, primero, que requiere alguna precaución (basta con precaución). Uno las puede rodear, si lo desea, pero apetece emocionarse sobre y a través de ellas. Después, un extenso macizo mesetario, con muchas flores (florecillas parameras; las orquídeas ya se están agostando) y gamones.
Cuesta dejar ese mundo, pero llegamos a la altura de Puentes de Amaya y hay que bajar. No se puede por cualquier sitio. Los farallones imponen su ley y forman un doble anillo y escalón. El resquicio de descenso que elijo es cómodo y seguro. Aunque bajando, no puedo dejar de volver la vista atrás, a lo que va quedando por encima. A los buitres también parece gustarles, merodeando; o tal vez me están echando. Esa fue toda mi compañía, aparte de los caballos (y algunas vacas al lado de Villamartín, que ‘no cuentan’).
Tras un largo descenso, llego a los restos del despoblado de Puentes. Siempre fue un pueblo pequeño (no más de una decena de casas), hasta su abandono a principios de los 70 del siglo XX. Ahora sólo es una selva impenetrable en la que emergen alguna semi-pared de vivienda y un arco de su iglesia. He añadido 6 fotos del diminuto templo de hace años, cuando aún era visible y/o accesible. Increíble construcción, de tan rústica como original, inteligente y bella factura. No puede uno dejar de sentir admiración por aquellas sufridas y heroicas gentes que lo habitaron; algunas tuvieron, finalmente, que desarraigarse.
Inicio el regreso por el valle de Valdeamaya. En algún punto (km 11 del recorrido), nos toparemos con una alambrada (la única en todo el trayecto). Bordearla por la izquierda nos haría volver a subir y rodear mucho, con final incierto. La sigo por la derecha y enseguida encuentro el modo de cruzar al otro lado. Desde allí, primero, un reducido y fácilmente transitable bosque. Luego, el espacioso cañón en V abierto, una comba anticlinal entre dos sinclinales colgados (Peña Amaya y Peña Castro).
Una delicia, esa travesía a lo largo del valle. Primero, ascendiendo, luego, descendiendo; pausadamente. Siempre con sendero o camino. No recordaba que esto pudiera ser tan bonito en mi visita ‘prehistórica’ a Peña Castro, cuando lo crucé transversalmente desde Peña Amaya. Quizá es que era un día invernal duro y gris. O, acaso, yo llevaba unas orejeras mentales que sólo me permitían ver de frente, como con teleobjetivo, sin gran angular; y con prisas, a ‘piñón fijo’.
Lo cierto es que ahora fui admirando las dos sierras paralelas, el verdor de sus laderas, el reluciente gris calizo de sus anillos. Y deleitándome con las amarillas aulagas en la perspectiva de las peñas a un lado y otro. Y los ramilletes de flores diversas, aquí abajo más crecidas que en las alturas, más resguardadas de la hostil intemperie paramera de la cumbre. Luego, en el llano, los campos de cereales aún verdes. Ya en Villamartín, algunos rosales cuidados con esmero.
Al partir, en las afueras del pueblo, una foto de postal, con la ermita proyectándose hacia Peña Amaya. Precioso final de excursión. Entre mis rutas favoritas.
*Dificultades de Orientación: el ascenso inicial tiene cierta complejidad, sin senda. En la cima es fácil guiarse, aunque es importante localizar el punto de descenso. En el regreso por el valle, el camino señala la ruta con claridad casi siempre, menos en la zona de alambrada y bosque. *Dificultad Física: únicamente el ascenso inicial conlleva exigencia. El descenso es generalmente suave. Todo el regreso es un paseo.
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