Cuaderno de Viaje de Ana y Ángel (otoño de 2017) - Sandoval de la Reina
Ana y Ángel son viajeros y de sus viajes hacen cuadernos que ilustran con textos y láminas a plumilla.
Un día de otoño de 2017, se dejaron caer por Sandoval de la Reina y hubo la suerte de poder compartir con ellos un rato, aprovechando que se estaba haciendo el vino churro del año.
Nos han enviado, cortesmente, el resultado en su «Cuaderno de Viaje» de su paso por Sandoval de la Reina. Un relato delicioso y sentido, con unas imágenes originales de Ángel, especiales para nuestro pueblo.
Hola Rafael, como lo prometido es deuda te mando los dibujos y el texto de nuestro “Cuaderno de Viaje por tierras de Burgos”, del capítulo de Sandoval de La Reina. Otoño 2017. |
COSAS DE SANDOVAL DE LA REINA. Hacia Sandoval de la Reina la tarde comienza a vestirse de una deliciosa luz otoñal, confían los viajeros que el viento tozudo del norte les espabile la modorra de la comida. A Sandoval todavía llegaron amodorrados, y los viajeros comenzaban ya a preocuparse. Ascendieron hasta la iglesia que, aunque sin mucho interés, conserva curiosos canecillos de un templo anterior sobre el que se construyó: saltimbanquis, músicos y una mujer desnuda a la que una serpiente le muerde los pechos ¡Qué barbaridad! En Sandoval entre otros encuentros tendrán uno especial. El del río Odra, ese con el que andarán como el perro y el gato durante este viaje. Lo dejaron lamiéndole los pies al puente de Villasandino, ese alarde de piedra que dejó boquiabiertos a los viajeros al comenzar la mañana. A los viajeros les parecerá que hace una eternidad que anduvieron por allí y fue aquella misma mañana ¡Imposible! Qué habrá echado a la comida el mesonero de Villadiego, están como aturdidos. A rastras con estas dudas, se acercarán a la ermita de San Roque, un sencillo edificio que se levanta en el mismo cerro de la iglesia. El viento arrecia y la tarde ya va cuesta abajo, como los viajeros buscando el puente de Sandoval de la Reina que salva el Odra a los pies de la ermita. El puente de Sandoval es un puente magnífico, puede que no tenga la fama ni el aire señorial del de Villasandino, ni la elegancia de sus tajamares ni de sus pretiles, ni la puerta del portazgo. Puede que no lo mandara construir un obispo. Tampoco le hace falta. El puente de Sandoval es más de andar por casa y no tiene que envidiar nada de nadie. Se hizo para lo que se hizo, para hablarle al río Odra de tú a tú. Y no ha dejado de hacerlo desde hace muchos años. Lo mismo el día que el río viene de buen humor susurrando al oído, que cuando viene dando voces, de malas maneras, que el Odra también tiene su carácter y a veces es intratable. Son esos días cuando el puente de Sandoval da la talla, se agarra los machos y da vaselina a los tajamares y va llevando al Odra por donde él quiere. El puente de Sandoval tiene muchos ojos y no hay agua en el mundo a la que no pueda darle aire. Así es el puente de Sandoval, de piedra vieja, de viejos arcos y viejos tajamares redondeados por el tiempo y los lametones del río Odra, que a veces es manso y a veces muerde con fuerza cuando viene enrabietado desde las alturas de Peña Amaya con ganas de darle caña al páramo. El puente de Sandoval es un puente sufrido, templado, ha visto de todo y de todo podría hablar si quisiera, pero sabe ser discreto y sencillo, sabe estar callado y quieto, sujeto a su río, dando servicio a su gente y su pueblo que es lo suyo, para lo que vino al mundo. Los viajeros lo supieron nada más verlo allí recostado con sus seis arcos. Huele a vino ácido, hay bodegas en las entrañas del altozano donde asienta la ermita de San Roque y es época de vendimias y trasiegos. Por allí pasó Rafael que invitó a los viajeros a ver la bodega y a sus amigos Juan Carlos y José Manuel y a ver el vino joven, zumo de malvasía y rufete: botas de goma y olor a cuero y hollejo de uva. Rafael es hombre instruido e inquieto. Le abrirá las tripas de Sandoval a los viajeros. Les hablará de otros puentes romanos, despoblados y ermitas abandonadas que Sandoval esconde en su término. Y lo hará al amor de la bodega, arropados por el aroma del mosto que va y viene en su trasiego. Y mientras va y viene se perderá algún vaso en el camino. Ese mosto que de puro espeso tiñe el cristal del vaso y se queda dando calor al cuerpo. Rafael sacó fotos, de unos y otros y despidió a los viajeros. La modorra de la comida desapareció por completo. A los viajeros, entre Rafael, su mosto y el puente de Sandoval, les han vuelto de golpe las ganas de volver al camino, a su viaje, de aprovechar lo que queda de tarde, de estirar las horas y los momentos, sembrar de encuentros el espacio y el tiempo. Ni se imaginarán lo que dará de sí la cosa. Agradecerán los viajeros, no saben cuánto, a Sandoval de la Reina, a su puente antiguo, a sus bodegueros, y a Rafael que los reunió a todos en torno a un vaso de mosto en las entrañas del cerro de la ermita de San Roque. Agradecerán que les abrieran los ojos de nuevo, que les quitaran las telarañas de la mirada y les devolvieran a la vida del viaje, al deseo del camino. Que se lanzaran a jugar con el camino polvoriento con la ilusión intacta de un niño con su juguete, a descubrir el despoblado de Castrorrubio, su puente romano y su ermita. Y allí estaban, justo donde dijo Rafael, justo como dijo Rafael: puente de cantería de un arco de medio punto muy antiguo y una ermita solitaria en un cerro, sencilla destruida y vuelta a levantar con una preciosa fachada de cantería vieja y una portada que parece la entrada a una fortaleza. Sin adornos, sin campanario, sin remate de espadaña y sin embargo en su sencillez, en su soledad, qué encanto transmite. La ermita y el puente del despoblado de San Martín de Castrorrubio, sin duda un lugar especial, otro más en estas tierras de Sandoval. Desandarán el camino de vuelta hasta Villadiego. Una parada en la plaza, a la sombra de los plátanos, tomando un refresco en la terraza del bar Camy, los viajeros no sabrán muy bien si ponerse al sol o a la sombra en aquella tarde de octubre. El sol quema y el viento hiela. Repasarán un momento sus notas de viaje, su mapa, las paradas previstas en el camino de vuelta a Castrojeriz: Villanueva de Odra, Villahizán de Treviño, Grijalba, Villamayor de Treviño, Arenillas de Riopisuerga, Tagarrosa… Allí en Villadiego, el mismo Villadiego del que salieron hace unas horas ciegos y sordos, mientras las sombras de los viejos plátanos con sus ramas anudadas se alargaban hasta el infinito y el frío viento del norte soplaba tozudo cada vez con más fuerza, supieron que lo poco o mucho que quedara de tarde iban a ser viajeros con los ojos abiertos y con el latido del viaje a flor de piel. |