Josef Ortega de Tamayo y Padilla
Fue un médico que ejerció como titular en Sandoval de la Reina un tiempo en la segunda mitad del siglo XVIII.
Es conocido por su libro:
Discurso médico que enseña el verdadero método de curar, sacado de los dictámenes que la naturaleza, consultada por el pulso, da al Médico, para que, según su acuerdo, la auxilie.
Josef basaba su método médico en las teorías pulsistas de Francisco Solano de Luque, reconocido médico andaluz a nivel nacional y europeo. Franciso Solano fue apodado el hipócrates español.
Josef Ortega, partidario entusiasta de las enseñanzas de Solano, las plasmó en las 216 páginas de este libro, criticando otras formas de ejercer la medicina y exponiendo su experiencia en la práctica médica. El libro fue publicado en 1788.
Inicia su discurso médico indicando que el descubrimiento del doctor Solano lo confirma con observaciones, ilustrándolas con advertencias fáciles de comprender, no debiéndose abusar de la sangría ni de otros medicamentos, exponiendo una serie de casos médicos asistidos por él. Considera, al igual que Solano, que la exploración del pulso la parte más principal y necesaria de la medicina práctica, estableciendo unos pronósticos según la variedad de pulso hallada en la exploración del enfermo. Es partidario de conceder premios a las personas que presenten [remedios] específicos contra las enfermedades.
Estuvo en Sandoval de la Reina como médico titular, al menos, en 1767.
Cuenta Josef Ortega que estuvo tres años en Prádanos de Ojeda, uno de ellos el 1772. Asistía esos años también en Becerril del Carpio, en donde se quejaba del barbero, que sometía a los enfermos a copiosas sangrías con resultados fatales. Después estuvo de médico titular en Sasamón, atendiendo también enfermos en Castrojeriz (calenturas tercianas) por fallecimiento del médico de allí.
Expone treinta y cinco casos de enfermos asistidos en Sandoval de la Reina, Talamillo del Tozo, Solanas de Valdelucio, Corralejo de Valdelucio, Quintanas de Valdelucio, Villaescobedo, Prádanos de Ojeda, Madrid (en 1765 en ocasión de realizar dos años de prácticas), Guadilla de Villamar, Becerril del Carpio, Solanas de Valdelucio, Palenzuela, villa de Nozales (¿Nogales?), Real Monasterio de Bernardas de San Andrés de Arroyo, Puebla de San Vicente, Llanillo de Valdelucio y Aguilar de Campoo.
Cuando publica su libro, ya tiene su residencia y práctica médica en Madrid.
Casos médicos descritos por Josef Ortega de Tamayo y Padilla, tenidos en Sandoval de la Reina Mujer de Andrés López Fue insultada [atacada] la mujer de Andrés López, vecino de la villa de Sandobal de la Reyna, de una fiebre ardiente espúrea, hallándose en la edad de cincuenta y siete a cincuenta y ocho años, su hábito medianamente carnoso, pulsos duros, lengua aridísima con inclinación a negra. Desde el principio se la hicieron cuatro sangrías hasta el día quinto; se usó de los antiflogísticos, en el día quinto se hizo el pulso ventral; al siete se ocupó la cabeza, poniéndose amodorrada; en ese día hizo una deposición de vientre espontánea, continuando así diariamente hasta el catorce, que depuso cuatro veces, con que remitió la fiebre y los síntomas, la lengua se puso húmeda, barnizada de un material ligoso; tres veces depuso en el [día] quince, otras tantas en el dieciséis y diecisiete; viendo que el pulso se mantenía ventral decisivo, que casi totalmente había dejado la fiebre, que habían calmado los síntomas y la lengua estaba enteramente húmeda, pero conspurcada, me resolví (a presencia del pulso ventral vigoroso, que me declaraba la grande carga de materiales estabulados en primeras vías) a propinar a la enferma un ligero subducente, compuesto del cocimiento de la pulpa de tamarindos, raíz de chicoria, lengua de buey y el jarabe de chicorias compuesto, con cuyo uso hizo siete deposiciones, a las que se siguió el volverse a poner la lengua árida y seca, durante hasta el día veinte, pero sin haber tomado incremento la fiebre ni los demás síntomas; después de dichas deposiciones siempre se mantuvo el pulso con la modificación de ventral, la que duró hasta pasado el veintiséis; en diecinueve no se movió el vientre; en el veinte en corta cantidad; en el veintiuno depuso dos veces, se limpió la calentura y se quitó la aridez de la lengua, quedándose conspurcada; continuó deponiendo espontáneamente, ya una, ya dos veces todos los días hasta el día veintiséis, en que se reiteró el purgante dicho; con su uso hizo cinco deposiciones, a cuyo efecto se colocó el pulso en un estado natural, convaleciendo la enferma en pocos días. (pg. 86) Josefa Ruiz Fiebre continua epidémica, a fines del año sesenta y siete (1767) en Josefa Ruiz, natural de Sandoval de la Reyna, de edad de treinta a treinta y dos años. Se la hicieron tres sangrías hasta el siete; en este día el pulso, que se había mantenido sin manifestar excreción alguna, se hizo bispulsante; esto me dio ocasión a decir [que] la vendría sangre de narices, sin determinación del tiempo; en el nueve se ocupó la cabeza de un ligero delirio, el pulso se mantenía bispulsante, arrojó en este mismo día algunas gotas de sangre de las narices, que en nada aliviaron a la enferma; en el diez, después de la sangría se hizo el pulso irregular, saltante, el cual, sin pensar en él, ni menos poder explicar esta diferencia, había observado ya en otros enfermos que había tolerado la misma fiebre, la que había terminado en ellos por descartes hechos por el vientre. Antes de entrar en el once, vino el Médico acompañado, votó ventosas secas generales; no admití su sentir, haciéndole cargo que el Médico ha de ser siempre un imitador de la naturaleza y que esta tenía demostrado en los enfermos que se había libertado de semejante fiebre, que la evacuación era por el vientre (sin atreverme a decir que el pulso ya lo manifestaba por hallarme muy a los principios de la observación de esta irregularidad, la que tampoco podía explicar, como llevo dicho, de la que quedé desengañado luego que recibí el Idioma natural del cuerpo humano) a la cual se ha el Médico de ceñir; además de que, siguiendo aquella práctica común, tenía observado que, en algunos enfermos a quienes había dispuesto las ventosas, pasadas como seis horas de su aplicación, sobrevenían movimientos convulsivos y que así me parecía más conveniente que se la dispusiera a la enferma algún leve subducente para ayudar por este medio a la naturaleza y seguir el quo natura vergit &c. que observado había. A lo que respondió (luego que lo propuse) se encresparía con semejante medicina el sólido, y por consiguiente la fiebre, además de que se debía de atender el delirio soporoso que padecía la enferma y que ungenitiori &c. El era Médico de apelación que, por lo regular, tiene más dulzura, por cuya causa no sirvió el rebatimiento mío para que se dejasen de aplicar las ventosas, ni menos los anti-malignos diaforéticos. Aplicáronse las ventosas en el once, tras las cuales tomo un vaso de anti-maligno (mejor diría yo de promaligno); antes de salir del once ya se levantaron los movimientos convulsivos, la lengua se puso bastante árida y la enferma en peor estado; el pulso, aunque se retrajo, siempre se mantuvo ventral; en el [día] catorce, por disposición del otro Médico, se la volvieron a clavar las ventosas, las que no impidieron para que naturaleza comenzase su descarte con fuerza por el vientre; pero fueron causa para que los movimientos espasmódicos tomasen mayor altura; esta fue causa para que, a mi instancia, volviese el tal Médico a ser llamado al diecisiete, en cuyo día la dispuso (presumiendo que tales movimientos espasmódicos nacían de inanición y no de la atracción que habían hecho las ventosas a la periferia de materiales improporcionados a este colatorio, en el que detenidos ocasionaban esta irritación; hasta que naturaleza astuta los proporcionó para sacudirlos per-secesum) el diascordio de Fracartorio, la triaca magna y sal de ajenjos; quedó muy satisfecho que habían calmado con el uso de esto los tales movimientos convulsivos; pero lo arrojó la enferma tras de la cama, si solo usó de un vaso de agua cocida con pan y rasuras de asta de ciervo, con lo cual, o por mejor decir, desde ese día se minoraron las deposiciones por el vientre, fueron calmando los subsultus tendinum, y quedó limpia de calentura la enferma al veintiuno. Hice este pronóstico a su hermano Don Juan Manuel Ruiz, Beneficiado y Cura en Villavedón. pg. 138 Juan Ruiz Juan Ruiz, vecino que era de la Villa de Sandoval de la Reyna, de edad de sesenta y cuatro años, poco más o menos, incurrió en una fiebre limphática epidémica. Se le hicieron tres sangrías desde el día tercero hasta el quinto; decayeron alguna cosa los pulsos desde este día, manteniéndose con irritación y sin indicar descarte alguno hasta el siete; en este día se dejaron ver algunas intermitencias, pero con irritación; asaltole un sopor, el vientre se movió al noveno espontáneamente; antes del once se hizo el pulso intermitente, ya cada tercera, ya cada cuarta pulsación; siempre fue decayendo; soltose el vientre desde este día en abundancia; el pulso de mantuvo siempre con intermitencia notable (aunque no tan continua con antes de entrar en el once) desde la mitad del trece intermitía el pulso cada segunda pulsación; el enfermo murió a la mitad del catorce, habiendo vuelto a deponer espontáneamente, antes de morir, varios materiales fetidísimos por el vientre. Usose con este enfermo, que fue en el año de sesenta y siete (1767), de emulsiones templadas en los principios, y desde el nueve del cocimiento anti-loymico. Pronosticose a presencia de sus dos hijos, Don Juan Manuel Ruiz, Cura en Villavedón, y Josefa &c.
pg 162 Manuel Miguel Fiebre limphática epidémica en Manuel Miguel, de mediana edad, vecino de Sandoval de la Reyna. El pulso, que en los tres primeros días estuvo desigual, con alguna tensión, se hizo en el cuarto, después de dos sangrías que antes de este día se ejecutaron, irregular, desigual, y que sus pulsaciones iban en disminución, pero con suavidad y blandura; desde este día usó de emulsiones diuréticas, templadas; la orina se movió abundantemente hasta el nueve, en que se limpió la calentura; en este día se hizo el pulso enteramente ventral; después del once tomó un ligero purgante, con el cual volvió el pulso a tomar su natural tono. Varias veces he observado este pulso complicado, como se puede ver en las observaciones segunda, vigésimo octava, y consulta que va al fin. pg. 176 Francisco Carpintero Francisco Carpintero, vecino de la Villa de Sandoval de la Reyna, de edad de setenta años, poco más o menos, de constitución robusta, incidió en unas tercianas simples* que se suspendieron con el uso de los amaricantes estomacales. Le volvieron luego, pero dobles, casi alcanzándose una accesión a otra, tenía los pulsos al principio de la accesión retraídos, duros, convulsivos; a la declinación tan dilatados, tan llenos y tan envarados, que me parecía que la arteria se mantenía en este envaramiento como un minuto: después de la segunda accesión se le hicieron dos sangrías y otra después de la tercera, y se comenzó a usar de la quina. Al segundo acceso de fiebre se ocupó la cabeza, a la declinación del cuarto le sobrevino una enorme parótida, con que terminó la fiebre; se siguió este absceso que el pulso se hizo lleno, igual, undulante, pectoral bien declarado, expectoró abundantemente y la parótida se supuró, y curó felizmente.
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