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Peña Amaya, atalaya de leyenda e inexpugnable caliza (Diario de Burgos 2020) 

Artículo publicado en el suplemento Maneras de vivir del Diario de Burgos el 23 de febrero de 2020.

Al pie de la página aparece transcrito el artículo.

 

 

 

 

 

Maneras de vivir
Redescubrir la provincia
Diario de Burgos. 23 de febrero de 2020.
Texto: J. Á. Gozalo. Fotos: Alberto Rodrigo y Valdivielso.


Peña Amaya, una atalaya de leyenda e inexpugnable caliza

Los senderos de la peña Amaya y su rocosa lora atesoran mucha historia y prometen también aventura. Disfrutar de la naturaleza y de esas magníficas vistas, en plena transición entre la escarpada montaña cántabra y la llanada castellana, es un lujo.

Agua pasada no mueve molino en una provincia como la burgalesa, inserta en esa España vaciada, pero sí invita a disfrutar de su rico patrimonio cultural y natural, que seguirá ahí para cuando acaben las pandemias y los confinamientos. No se pierdan este viaje a esta icónica lora, porque el aire puro -incluso el cierzo que sopla a menudo en sus alturas- es medicina también, de la buena, para el espíritu y la relajación. En Amaya, como en otros pueblos de esta comarca rayana con Palencia y Cantabria, no se pierde la esperanza en que, cuando menos, su glorioso pasado y su enorme atractivo paisajístico sumen y ayuden a fijar el medio centenar de habitantes censados que aun dan calor humano a un caserío en el que, por desgracia, hay cada vez más puertas cerradas y ventanas entornadas.

Los fines de semana y las vacaciones son otra cosa y el silencio del crudo invierno se rompe temporalmente. Sus calles y plazas -la de la iglesia presume de fuente de Salaguti- toman vida y dinamismo con la presencia también de senderistas y cicloturistas en busca de esa atractiva aventura que es, sin duda, ascender a pie a la peña Amaya, una muela cargada de belleza y de historia, una suerte de titanic calizo que parece navegar con rumbo firme sobre los verdes y aun romos trigales.

Es esa sensación del viaje al pasado la que anima también a encaramarse a esta enorme y escarpada lora -de 1371 metros de altura nada menos-, que cose geológicamente Cantabria a Castilla y que es atalaya desde la que disfrutar de unas magníficas vistas y bellas panorámicas. La estratégica situación geográfica y la inaccesibilidad de sus escarpados farallones facilitaron los asentamientos prehistóricos desde la misma Edad del Hierro. El castro de Ulaña y otros yacimientos son prueba de ello. Amaya fue capital 'madre' de los belicosos cántabros. Los riscos y cortados han sido testigos mudos de mil y una batallas, razias y matanzas con los romanos, visigodos, árabes y cristianos, quienes, tras la Reconquista, asentaron sus reales, convirtiendo la antigua ciudad en capital, primero de ducado y después de condado. Nucleó también primigenios impulsos del incipiente reino de Castilla e incluso fue efímera sede episcopal. «Harta era Castilla, menguado mojón / Amaya era corte e Hitero mojón.», cuenta Teófilo López Mata en su Geografía del Condado de Castilla. También ha inspirado novelas históricas como Peña Amaya, en la que Pedro Santamaría relata el asalto de Amaya por los godos en el 574. Hijos de un rey godo, de María Gudín, es otra de las obras.

Historias y leyendas aparte, la peña Amaya es también milagrera. Cuentan que llevaron a presencia de san Millán de la Cogolla a una mujer de tierras de Amaya, baldada y muy afligida por la parálisis y la oración del santo le restituyó la salud. Un noble se rió y san Millán, molesto, avisó de que Amaya sería invadida y destruida por los musulmanes, y así fue. Otra historia, en este caso pura crónica negra, se remonta a 1957 y vincula estos parajes con Elicio Rojo, que, después de su triple asesinato en Villamayor de Treviño, se escondió de la Guardia Civil entre estos cantiles antes de ahorcarse junto al camino que va de Amaya a Villamartín, un despoblado que tiene, además, su propia ruta para andarines. En la película Teo, el pelirrojo el cineasta melgarense Paco Lucio cuenta el trágico suceso y plasma esta lora.

Paseo de altura

Para el viaje a esta enorme y emblemática peña Amaya y su entorno, nunca está de más empaparse de su historia, pero también proveerse de una guía y planos detallados, así como una buena mochila, ropa de abrigo, agua y algún refrigerio, porque en el pueblo no hay bar donde reponer fuerzas. Nicolás Gallego, geólogo y miembro de Argeol, asociación que ha impulsado la creación del Geoparque Las Loras, conoce al dedillo -también José Luis, un pastor que hace cinco años conduce un rebaño de churras por estas laderas- este sinclinal cretácico conformado hace millones de años a base de arenas silíceas, margas y bandas intercaladas de dura caliza. Casi todos los caminos conducen a Peña Amaya, incluso desde la vecina Villamartín, pero la ruta más habitual y segura para no perderse es la que marca el sendero de pequeño recorrido PCR-BU-200, que diseña un atractivo periplo circular de unos 12 kilómetros y una duración de poco más de tres horas, aunque este tiempo se antoja insuficiente. Bien se puede echar, como apunta Gallego, toda una mañana para disfrutar de las magníficas vistas que aguardan a lo largo de ascenso y en la planicie que corona la peña.

Pero para ello hay que recorrer primero los kilómetros que separan la lora de la propia población de Amaya. Por el amplio camino de concentración que sale del pueblo, se llega -también en coche- al aparcamiento dispuesto por la propia Junta de Castilla y León, que protege y vigila este espacio natural, que es también sitio arqueológico, por cierto, bastante saqueado. Desde este paraje y después de atravesar una pétrea trinchera ya se comienza a disfrutar de magníficas vistas al valle de Valdeamaya y de la cercana peña de Albacastro, además de la llanada de Villadiego. La peña del Castillo -vestigios de la fortaleza roquera que la guardó y ahora da acceso a la escarpada planicie de la lora de Amaya-, se dibuja al fondo, amenazante y casi inexpugnable. El camino se bifurca y hay que tomar la senda de la derecha, que atraviesa los restos del antiguo castro. Hay que bordear por la falda de la peña del Castillo en dirección a las Escoladeras para llegar al valle de la Hongarrera, donde se sitúa el acuífero utilizado a principios del siglo pasado para suministrar agua a una minicentral eléctrica diseñada, según cuentan, por un ingeniero de Rioparaíso y que abasteció de luz, en 1930, a Amaya, Peones y Puentes de Amaya. Fueron los tres primeros pueblos de la provincia burgalesa en disponer de energía eléctrica.

En las proximidades, una fuente con el mismo nombre anima a hacer un descanso para refrescarse y beber. Verano o primavera, las dos épocas más propicias para hacer esta ruta, aunque durante el otoño y el invierno tiene su aquel, especialmente para montañeros y belenistas de asociaciones de Villadiego, Melgar [de Fernamental] y Amaya, que todos los años colocan el misterio navideño, llueva, nieve o haga sol.

Profundas panorámicas

A partir de aquí, la ruta se complica algo por los cantiles para atacar en ladera y por canchales acceder ya a la plataforma de la peña Amaya, siguiendo las marcas de pintura y los montoncitos de piedras. Una estrecha canal de piedra entre farallones deja expedito el acceso a la parte superior de esta muela de rala vegetación, dolinas y mucha piedra, la misma que utilizaron esos trashumantes pastores para construir unos pequeños chozos o casetos para cobijarse de los frecuentes y fuertes vientos que azotan esa peña en los fríos otoños e inviernos. De momento, hay hierba fresca en las faltas y José Luis, junto al que permanece vigilante Firme -uno de sus perros pastores-, no tiene pensado ascender más arriba con sus ovejas. Cada día tiene que sacar a pastar a su rebaño. Su única distracción, mientras los animales están 'careados' [llevados al sitio donde van a pastar ese día] en las faldas de la peña Amaya de la del Castillo, es la radio, a través de la cual sigue la actualidad. Ocasionalmente, no ahora que hay orden de confinamiento, hace de informador y guía para excursionistas 'despistados' o que no acaban de interpretar los mapas. Un enorme cartel expositor que anuncia la ruta sirve de 'brújula'. La cueva de los Muertos y la del Castillo, arriba en la muela, están también referenciadas en la cartografía, pero hay poco que ver, más allá de algunas trazas.

El esfuerzo merece la pena, sin duda, por las asombrosas vistas de los verdes trigales y los pardos barbechos de la comarca de Villadiego. De proa a popa, poco a poco, se alcanza el vértice geodésico donde se sitúa la cumbre de la Peña Amaya y el 'buzón' colocado, de la Asociación de Montañeros Mirandeses. Desde aquí las vistas también son espectaculares, divisándose el valle de Humada, las peñas 'hermanas' de Ulaña y Albacastro. Sobresalen en la lontananza la forma piramidal del Espigüete o el magnífico Curavacas, ya en Palencia.

Pueblo de Amaya

Amaya, situada en la cara sur de la peña a la que da nombre, es pedanía del ayuntamiento de Sotresgudo, localidad situada a ocho kilómetros. Desde Burgos, la ruta más rápida para recorrer los 68 kilómetros es por la A-231, autovía del Camino de Santiago, con desvío en la carretera que lleva a Olmillos, Sasamón y Sotresgudo. Desde esta última localidad, hay que tomar la BU-V-6211 para llegar a Amaya. También puede accederse desde Villadiego, a 24 kilómetros, por la C-627 [BU-627] hasta Sotresgudo, y [de] ahí a Amaya. Desde Basconcillos del Tozo también hay ruta en dirección Humada y Villamartín del Villadiego, desde donde también se puede acceder a la peña. La oferta hostelera de Amaya es nula, ya que el único bar cerró hace más de dos décadas. Para comer hay que acercarse a Villadiego, Sasamón o [Alar del Rey]. En el bar de Sotresgudo, eso sí, preparan bocadillos.

Algo más que riscos

El regreso a Amaya se realiza por el borde norte de la muela. Cerca del vértice, se puede descender hasta Villamartín de Villadiego, aunque la ruta, de suyo, continúa por la meseta superior. Bien merece hacer varias paradas para observar las bellas panorámicas y vistas. Un estrecho y angosto canal, que desemboca en una empinada y sinuosa senda, conduce de nuevo a la parte inferior de la peña. Los cortados calizos permiten alcanzar el collado de la peña del Castillo y, con cuidado, por el sendero se llega al aparcamiento y, desde allí, al caserío de Amaya. Para los amantes del senderismo hay otra ruta, la PCR-BU-201, que permite llegar a Puentes de Amaya, ruinoso y despoblado desde mediados de los años 1960, que, sin embargo, tiene atractivo paisajista.

No todo son piedras y cantiles. La lora de Amaya esconde una gran riqueza botánica, apunta Nicolás Gallego. Además de los gamones, gayubas o de los lirios campestres, hay algunas especies singulares de la montaña palentina que también se pueden observar aquí, como es el caso de la Potentilla nivalis, planta arbustiva de zonas muy frías, que nace entre grietas y peñascos, o la Euforbia chamaebuxus, cuyo fruto se asemeja a una pequeña calabaza. Peña Amaya es, también, zona de protección de aves. Surcando el cielo, no será difícil divisar el vuelo del buitre leonado, que cuenta con una considerable colonia, o el de águilas reales, alimoches e incluso de los búhos reales, que están creciendo en número. Tampoco faltan ruidosas chovas piquirrojas y ejemplares de roqueros azules y rojos, raros en Burgos.

De vuelta al pueblo, nada mejor que callejear y visitar, si está abierta, la iglesia de San Juan Bautista, un templo renacentista de tres naves y portada gótica florida. En su interior conserva una pila bautismal románica.

 

 

 

agradecimiento a Jose Blanco que envió la noticia
página creada el 16/09/2020