Memoria escenificada de Sandoval de la Reina     (Continuación)      (Comedias)

Por D. Andrés Hernández Macías

(maestro y practicante de Sandoval de la Reina)


 

 

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A C T O   P R I M E R O
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---- Cuadro Primero ---- [1]

Al levantarse el telón, aparece una habitación regiamente amueblada que corresponde al salón del privado del rey. Al fondo, una puerta que comunica con el resto del palacio. A la derecha e izquierda, puertas accesibles, que comunican con las habitaciones particulares del rey y princesa.-

 

Escena 1ª

El Rey D. Alfonso y su consejero Nuño

Alfonso.- Te digo la verdad, mi querido Nuño; pero este asunto del casamiento de mi hija me trae mucho más preocupado que la guerra con los infieles.-

Nuño.- Conociéndoos como os conozco, no me extraña.-

Alfonso.- ¿Y en qué te fundas?.-

Nuño.- De sobra sé que vuestro aguerrido espíritu y vuestro fuerte abrazo no tiembla ante la morisma infiel .-

Alfonso.- ¿Y crees que habrán de temblar ante mi hija Urraca?. -

Nuño.- No; pero también conozco a vuestra hija y sé de la altivez de su espíritu.-

Alfonso.- Y... ¿acaso piensas que mi hija no va a aceptar mis decisiones?.-

Nuño.- No es eso; pero sí os digo que meditéis bien vuestra decisión.-

Alfonso.- Y eso ¿porqué?.-

Nuño.- Ved que vuestra decisión no solo lleva consigo la felicidad de vuestra hija, sino que con ella va aparejada la aquiescencia o maledicencia de vuestros súbditos.-

Alfonso.- Tienes mucha razón, mi querido Nuño, y en ello ya había pensado yo. Sé de las inclinaciones amorosas de mi hija, mas también quiero para ella algo mejor.[2] Mas, antes de dar un paso, que pudiera ser fatal para mi hija o para su señorío, he decidido tomar parecer.-

Nuño.- ¿De quién..., si me es dado saber?.-

Alfonso.- De Dª María Salvador, condesa de Lara, y de D. Bernardo, el arzobispo toledano, a quienes he mandado credenciales, ordenándoles se presenten a mí en este día, con corta diferencia de tiempo.-

Nuño.- Acertada juzgo vuestra decisión.-

Alfonso.- ¡Ah! Antes de que se me olvide..., ordena a Hernán que, cuando venga alguno de los citados, les pase aquí inmediatamente.-

Nuño.-
(Dirigiéndose a la puerta del fondo.) Al momento, Majestad. (Sale y llama.) ¡Hernán!;

Alfonso.- En verdad que la inclinación de mi hija por el conde de Candespina me preocupa enormemente.-

Nuño.-
(Entrando.) Majestad, vuestras órdenes han sido cumplidas.-

Alfonso.- Bien, Nuño; ahora déjame solo, pues la hora en que están citados se acerca y quiero pensar un momento a solas sobre este grave problema

Nuño.- Quedad con Dios, Majestad, y que el Señor os ilumine.
(Sale.)
 

 

-o-o- Escena 2ª -o-o-

El Rey solo

Alfonso.- Gracias, Nuño. (Una vez que ha salido Nuño.) No cabe duda que Nuño tiene toda la razón. Si mi hija se casa con ese conde, se verá rebajada en su dignidad real. Mas tengo que reconocer que ella le quiere y que la mayor parte del pueblo vería con buenos ojos este casamiento. No obstante, aunque él sea esforzado guerrero y noble paladín, nunca será un rey, que es lo que yo ambiciono. (Se pasea un poco como pensando.) Mas no obremos de ligero y veamos lo que piensan las personas a quienes he citado y que espero no tardarán en venir.-

 


Escena 3ª

Dicho Hernán


Alabardero.- (Entrando.) Con vuestra venia, Majestad. La condesa de Lara espera en la antesala.-

Alfonso.- Haced que entre inmediatamente.
(Se retira Hernán.) Veremos qué pasa.

 

Escena 4ª

Rey, Alabardero, luego Condesa
 

Alabardero.- (Al tiempo de entrar la condesa, y dando tres golpes con el cuento de la pica.) Paso a la condesa.-

Condesa.-
(Entrando.) Majestad, vuestra vasalla más fiel se ha apresurado a cumplir vuestros deseos y ha volado a postrarse a vuestras plantas. (Hace como que se va a arrodillar y el rey se lo impide.)

Alfonso.- Nunca consentiré yo que la dama de más rancio abolengo de mi Corte, mi estimada y querida doña María, se postre a mis pies. Y permitid que ponga mis labios en contacto con la tersa blancura de vuestra gentil mano.
(Besa la mano.)

Condesa.- Gracias, Majestad.-

Alfonso.- Las vuestras, que fluyen a raudales de vuestra persona.-

Condesa.- ¡Oh! D. Alfonso, vuestras palabras me confunden.
(Aparte.) ¿Dónde irá a parar todo esto?.-

Alfonso.- Condesa..., perdonad, sin embargo. Por la alegría que he sentido al veros, cuando mi corazón se encuentra sosteniendo terrible lucha, al notar el aliento de vuestra persona, primera que viene ayudarme; mi lengua ha pronunciado alguna palabra que, no porque haya salido de boca de un rey, deja de ser recta en su intención y cuadrar perfectamente en vuestra persona.-

Condesa.- Majestad, nada tengo que perdonaros. Mas decidme, os ruego, ¿cual es la lucha que embarga vuestro corazón? Porque vuestras palabras han picado mi curiosidad de mujer.-

Alfonso.- Al momento lo haré. Mas, por si el asunto es largo, con ruego toméis asiento, oigáis atentamente mis palabras y me deis vuestro consejo después de haberlo pensado mucho y con esa vuestra prudencia, de la cual siempre habéis hecho gala.
(Van a tomar asiento.)

Condesa.-
(Mientras toman asiento.) Señor, tenéis mi reconocimiento más profundo por quererme hacer partícipe de la lucha que sostiene vuestro corazón, y estad seguro que mis palabras irán guiadas por las mismas intenciones que si de un asunto propio se tratase.-

Alfonso.- Por haberlo creído así es por lo que os he llamado. Escuchadme, pues, con atención y después dadme vuestra opinión.-
Como ya sabéis, mi hija, Dª Urraca, está en condiciones de volver a contraer matrimonio; y ni qué decir tiene que a mí, como padre, todo me parece poco para ella. También creo que será de vuestro conocimiento la inclinación que ella siente por don Gómez de Sandoval, conde de Candespina, que, si como caballero y esforzado guerrero, no tengo ningún pero que no oponerle, sí estimo como muy poca cosa para mi hija el origen de su familia y quisiera para ella algo mejor.-


 

Condesa.- (Aparte.) He de aprovechar la ocasión para que la familia de Sandoval no desplace a la mía. (Alto.) Tenéis razón Majestad, y estad seguro que toda la nobleza vería con muy malos ojos esta alianza, y ello daría origen a que habría muchos descontentos, que no vacilarían, incluso en sublevarse en contra de esta unión.-

Alfonso.- ¿Cual es, pues, vuestro consejo?.-

Condesa.- No quisiera que vuestra majestad viera[3] en mis palabras ningún deseo de lucro ni ambición personal; pero me creo que, si deseáis para vuestra hija la mejor nobleza de Castilla, hoy día no podrías casarla más que con mi primo, el muy egregio señor de Castrojeriz.-

Alfonso.- ¿Y creéis que D. Ruy podrá[4] gobernar acertadamente el reino?.-

Condesa.- Pues... no sé; tal vez después de casado y viéndose rey, podría con toda seguridad cambiar.-

Alfonso.- ¿Y si no cambia? ¿Y si, al verse casado con mi hija, su ambición aumenta y pretende ser rey antes de tiempo? Bien sabéis que no es la primera vez que intenta cosas descabelladas por el estilo, y eso, unido a otros varios defectos, que no ignoráis, además de contar con el mal querer de la mayor parte de la nobleza, hace que no se pueda presentar la candidatura de vuestro egregio primo.-

Condesa.- (Aparte.) Me ha fastidiado, pero no he de dejarme ganar la partida.[5] (Alto.) Reconozco que tenéis razón, Majestad, mas también estaréis de acuerdo en que entre la noble estirpe de mi primo y el obscuro[6] origen del de Candespina, los nobles todos estarían del lado de aquél.-

Alfonso.- Hoy sí; mas fácilmente pronto se cansarían de él y su agrio carácter haría que le odiasen.-

Condesa.- Sabría hacerse respetar de todos.-

Alfonso.- Sí, por la fuerza, que tal vez no dudaría en usarla con mi hija para lograr sus planes. Y perdonad, condesa, que os hable con tanta claridad, pues vos estaréis de acuerdo conmigo.-

Condesa.- Es verdad; aun sintiéndolo mucho por la parte que me toca, he de reconocer que tenéis razón.
(Aparte.) Pero de ninguna manera he de consentir que sea con el de Candespina. (Alto.) ¿Y porqué no buscar algún príncipe de los reinos vecinos?

Alfonso.- Eso sería acaso lo mejor.

Condesa.- ¿Porqué lo mejor?

Alfonso.- Porque, según mi modo de pensar, así se reunirían dos reinos que harían uno mucho más fuerte.-

Condesa.- Acaso tengáis razón; mas si la nobleza de uno y otro reino no se entiende, entonces los dos reinos se debilitarían, en lugar de fortalecerse.

Alfonso.- Eso depende de que los príncipes sepan ponerse en su puesto y se hagan amar y temer a la vez de la nobleza de su reino.-

Condesa .-  ¿Y qué príncipe reúne esas excelsas cualidades?.-

Alfonso.- ¿Me permitís que sea yo quien haga esa misma pregunta?.-

Condesa.-
(Aparte.) Me cazó. Con esto mis planes se vienen abajo. Mas disimulemos y hagamos ver que lo que él desea es lo mejor, pues seguramente está pensando en el Príncipe de Aragón. (Alto.)  Pues no sé... Así, de repente... Mas creo que tal vez... ¡Pues claro! Indiscutiblemente, el Príncipe de Aragón, vuestro augusto pariente, sería el mejor.-

Alfonso.- ¡Oh, mi querida condesa! Siempre he tenido formado el más alto concepto de vuestra agudeza y clara visión de los asuntos; mas, con vuestra contestación, habéis elevado al máximo este concepto.-

Condesa.- Entonces, ¿vos también habíais pensado así?.-

Alfonso.- ¡Pues claro!.-

Condesa.-
(Aparte.) Hagámosle la rosca. (Alto.) Pero, mi augusto Señor, ¿cómo no empezasteis por decir eso? (Aparte.) Y procuremos sacar buen partido. (Alto.) Pero si todas vuestras ideas, sin género de duda, van impregnadas de la sabiduría de Salomón. (Aparte.) Ya veremos la manera de que esto no se cumpla.-

Alfonso.- Condesa, me confundís.-

Condesa.- Nada de eso. Si hubierais dicho eso en un principio, hubiera apoyado con toda mi alma esta idea.-

Alfonso.- Pues celebro enormemente que penséis como yo; y aun sintiéndolo mucho por mi parte, pues vuestra compañía es de lo más grato que puedo tener, os ruego me dejéis solo para poder ocuparme más concretamente de este asunto.-

Condesa.- Gustosa estoy siempre a vuestras órdenes y dispuesta a seros útil, guiada siempre por el mejor deseo.
(Aparte,) Sobre todo si puedo sacar provecho propio. (Alto,) Cumplida, pues, mi misión de hoy, con vuestra venia, me retiro. (Se levanta para salir,)

Alfonso.-
(Acompañándola hasta salir,) Ha sido para mí un placer haber podido charlar con vos estos momentos.-

Condesa.- Siempre dispuesta a seros útil.-

Alfonso.- Muy reconocida vuestras atenciones y deseando que Dios os lo premie.-

Condesa.- Que Él os ilumine y con Él quedad.
(Sale.)

 

Escena 5ª

Alfonso solo


 

Alfonso.- Adiós, condesa. (Se pasea pensativo.) No sé... no sé... Me extraña un poco que Dª María no haya defendido con mayor calor a su primo; aunque, a decir verdad,  ¿cómo le iba a defender? ¡Y qué pronto me propuso el enlace de su primo con mi hija! ¡Cómo se dejó ver el plumero!... Aunque no me termina de convencer que se quedase tan satisfecha con la pretendida unión de mi hija con el Príncipe de Aragón. Y no hay que fiarse mucho de sus palabras, pues es de las personas que siendo lobo se sabe muy bien vestir con piel de cordero; y hay que conocerla bien para no dejarse atrapar en sus planes ambiciosos. Mas dejemos a Dª María, a quien se la puede combatir con las mismas armas que ella esgrime, y preparémosnos para poder enfrentarme[7] con el Sr. Arzobispo, cuyo recio carácter no es tan fácil de vencer. ¡Por dónde le entraría yo!...

 


Escena 6ª

Alfonso y Hernán


Hernán.- (Llama y entra.) Con vuestra venia, majestad: el Excmo. Sr. Arzobispo de Toledo espera en la antesala.

Alfonso.- ¿Tan pronto?...
(Aparte.) Que sea lo que Dios quiera. (A Hernán:) ¡Que pase!... (Vase Hernán.) Que Dios nos ayude.-

 

 

           Continúa...  


[1] En V se lee aquí: “Esta obra está basada en los escritos inéditos sacados de los archivos de la Parroquia y Ayuntamiento de la localidad  SANDOVAL DE LA REINA”.

[2] algo mejor: T: < para ella algo>. V: <para ella lo mejor>. Más abajo, en ambas copias: <algo mejor>.

[3] En las copias <vea>, que también es posible, aunque menos propio.

[4] T: <podría>. Atiéndase a la forma que usa a continuación la condesa.

[5] V: <no de dejar ganarme la partida>. T: <no he de dejar ganarme la partida>.

[6] V: <oscuro>.

[7] T: <enfrentarse>.


 

Autor: Andrés Hernández Macías - 1957