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A C T O P R I M E R O
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---- Cuadro Primero ----
Al levantarse el telón, aparece una habitación regiamente amueblada
que corresponde al salón del privado del rey. Al fondo, una puerta
que comunica con el resto del palacio. A la derecha e izquierda,
puertas accesibles, que comunican con las habitaciones particulares
del rey y princesa.-
Escena 1ª
El Rey
D. Alfonso y su consejero Nuño
Alfonso.-
Te digo la verdad, mi querido Nuño; pero este asunto del casamiento
de mi hija me trae mucho más preocupado que la guerra con los
infieles.-
Nuño.-
Conociéndoos como os conozco, no me extraña.-
Alfonso.- ¿Y en qué te fundas?.-
Nuño.- De sobra sé que vuestro aguerrido espíritu y
vuestro fuerte abrazo no tiembla ante la morisma infiel .-
Alfonso.- ¿Y crees que habrán de temblar ante mi hija
Urraca?. -
Nuño.-
No; pero también conozco a vuestra hija y sé de la altivez de su
espíritu.-
Alfonso.-
Y... ¿acaso piensas que mi hija no va a aceptar mis decisiones?.-
Nuño.-
No es eso; pero sí os digo que meditéis bien vuestra decisión.-
Alfonso.-
Y eso ¿porqué?.-
Nuño.-
Ved que vuestra decisión no solo lleva consigo la felicidad de
vuestra hija, sino que con ella va aparejada la aquiescencia o
maledicencia de vuestros súbditos.-
Alfonso.-
Tienes mucha razón, mi querido Nuño, y en ello ya había pensado yo.
Sé de las inclinaciones amorosas de mi hija, mas también quiero para
ella algo mejor.
Mas, antes de dar un paso, que pudiera ser fatal para mi hija o para
su señorío, he decidido tomar parecer.-
Nuño.-
¿De quién..., si me es dado saber?.-
Alfonso.-
De Dª María Salvador, condesa de Lara, y de D. Bernardo, el
arzobispo toledano, a quienes he mandado credenciales, ordenándoles
se presenten a mí en este día, con corta diferencia de tiempo.-
Nuño.-
Acertada juzgo vuestra decisión.-
Alfonso.- ¡Ah! Antes de que se me olvide..., ordena a
Hernán que, cuando venga alguno de los citados, les pase aquí
inmediatamente.-
Nuño.-
(Dirigiéndose a la puerta del fondo.)
Al momento, Majestad.
(Sale y llama.)
¡Hernán!;
Alfonso.- En verdad que la inclinación de mi hija por
el conde de Candespina me preocupa enormemente.-
Nuño.-
(Entrando.)
Majestad, vuestras órdenes han sido cumplidas.-
Alfonso.- Bien, Nuño; ahora déjame solo, pues la hora
en que están citados se acerca y quiero pensar un momento a solas
sobre este grave problema
Nuño.- Quedad con Dios, Majestad, y que el Señor os
ilumine.
(Sale.)
-o-o- Escena 2ª -o-o-
El Rey solo
Alfonso.-
Gracias, Nuño.
(Una vez que ha salido Nuño.) No cabe duda que Nuño tiene toda la razón. Si mi hija se casa con
ese conde, se verá rebajada en su dignidad real. Mas tengo que
reconocer que ella le quiere y que la mayor parte del pueblo vería
con buenos ojos este casamiento. No obstante, aunque él sea
esforzado guerrero y noble paladín, nunca será un rey, que es lo que
yo ambiciono.
(Se pasea un poco
como pensando.)
Mas no obremos de ligero y veamos lo que piensan las personas a
quienes he citado y que espero no tardarán en venir.-
Escena 3ª
Dicho Hernán
Alabardero.-
(Entrando.)
Con vuestra venia, Majestad. La condesa de Lara espera en la
antesala.-
Alfonso.- Haced que entre inmediatamente.
(Se retira Hernán.)
Veremos qué pasa.
Escena 4ª
Rey, Alabardero, luego Condesa
Alabardero.-
(Al tiempo de entrar la condesa, y dando tres golpes con el cuento
de la pica.)
Paso a la condesa.-
Condesa.-
(Entrando.) Majestad, vuestra vasalla más fiel se ha apresurado a cumplir
vuestros deseos y ha volado a postrarse a vuestras plantas.
(Hace como que se va a arrodillar y el rey se lo impide.)
Alfonso.- Nunca consentiré yo que la dama de más rancio
abolengo de mi Corte, mi estimada y querida doña María, se postre a
mis pies. Y permitid que ponga mis labios en contacto con la tersa
blancura de vuestra gentil mano.
(Besa la mano.)
Condesa.- Gracias, Majestad.-
Alfonso.- Las vuestras, que fluyen a raudales de vuestra
persona.-
Condesa.- ¡Oh! D. Alfonso, vuestras palabras me confunden.
(Aparte.)
¿Dónde irá a parar todo esto?.-
Alfonso.-
Condesa..., perdonad, sin embargo. Por la alegría que he sentido al
veros, cuando mi corazón se encuentra sosteniendo terrible lucha, al
notar el aliento de vuestra persona, primera que viene ayudarme; mi
lengua ha pronunciado alguna palabra que, no porque haya salido de
boca de un rey, deja de ser recta en su intención y cuadrar
perfectamente en vuestra persona.-
Condesa.- Majestad, nada tengo que perdonaros. Mas decidme,
os ruego, ¿cual es la lucha que embarga vuestro corazón? Porque
vuestras palabras han picado mi curiosidad de mujer.-
Alfonso.- Al momento lo haré. Mas, por si el asunto es largo,
con ruego toméis asiento, oigáis atentamente mis palabras y me deis
vuestro consejo después de haberlo pensado mucho y con esa vuestra
prudencia, de la cual siempre habéis hecho gala.
(Van a tomar asiento.)
Condesa.-
(Mientras toman asiento.)
Señor, tenéis mi reconocimiento más profundo por quererme hacer
partícipe de la lucha que sostiene vuestro corazón, y estad seguro
que mis palabras irán guiadas por las mismas intenciones que si de
un asunto propio se tratase.-
Alfonso.- Por haberlo creído así es por lo que os he llamado.
Escuchadme, pues, con atención y después dadme vuestra opinión.-
Como ya sabéis, mi hija, Dª Urraca, está en condiciones de volver a
contraer matrimonio; y ni qué decir tiene que a mí, como padre, todo
me parece poco para ella. También creo que será de vuestro
conocimiento la inclinación que ella siente por don Gómez de
Sandoval, conde de Candespina, que, si como caballero y esforzado
guerrero, no tengo ningún pero que no oponerle, sí estimo como muy
poca cosa para mi hija el origen de su familia y quisiera para ella
algo mejor.-
Condesa.-
(Aparte.)
He de aprovechar la ocasión para que la familia de Sandoval no
desplace a la mía.
(Alto.)
Tenéis razón Majestad, y estad seguro que toda la nobleza vería con
muy malos ojos esta alianza, y ello daría origen a que habría muchos
descontentos, que no vacilarían, incluso en sublevarse en contra de
esta unión.-
Alfonso.- ¿Cual es, pues, vuestro consejo?.-
Condesa.- No quisiera que vuestra majestad viera
en mis palabras ningún deseo de lucro ni ambición personal; pero me
creo que, si deseáis para vuestra hija la mejor nobleza de Castilla,
hoy día no podrías casarla más que con mi primo, el muy egregio
señor de Castrojeriz.-
Alfonso.- ¿Y creéis que D. Ruy podrá
gobernar acertadamente el reino?.-
Condesa.- Pues... no sé; tal vez después de casado y viéndose
rey, podría con toda seguridad cambiar.-
Alfonso.- ¿Y si no cambia? ¿Y si, al verse casado con mi
hija, su ambición aumenta y pretende ser rey antes de tiempo? Bien
sabéis que no es la primera vez que intenta cosas descabelladas por
el estilo, y eso, unido a otros varios defectos, que no ignoráis,
además de contar con el mal querer de la mayor parte de la nobleza,
hace que no se pueda presentar la candidatura de vuestro egregio
primo.-
Condesa.-
(Aparte.)
Me ha fastidiado, pero no he de dejarme ganar la partida.
(Alto.)
Reconozco que tenéis razón, Majestad, mas también estaréis de
acuerdo en que entre la noble estirpe de mi primo y el obscuro
origen del de Candespina, los nobles todos estarían del lado de
aquél.-
Alfonso.- Hoy sí; mas fácilmente pronto se cansarían de él y
su agrio carácter haría que le odiasen.-
Condesa.- Sabría hacerse respetar de todos.-
Alfonso.- Sí, por la fuerza, que tal vez no dudaría en usarla
con mi hija para lograr sus planes. Y perdonad, condesa, que os
hable con tanta claridad, pues vos estaréis de acuerdo conmigo.-
Condesa.- Es verdad; aun sintiéndolo mucho por la parte que
me toca, he de reconocer que tenéis razón.
(Aparte.) Pero de ninguna manera he de consentir que sea con el de
Candespina.
(Alto.) ¿Y porqué no buscar algún príncipe de los reinos vecinos?
Alfonso.- Eso sería acaso lo mejor.
Condesa.- ¿Porqué lo mejor?
Alfonso.- Porque, según mi modo de pensar, así se reunirían
dos reinos que harían uno mucho más fuerte.-
Condesa.- Acaso tengáis razón; mas si la nobleza de uno y
otro reino no se entiende, entonces los dos reinos se debilitarían,
en lugar de fortalecerse.
Alfonso.-
Eso depende de que los príncipes sepan ponerse en su puesto y se
hagan amar y temer a la vez de la nobleza de su reino.-
Condesa .- ¿Y qué príncipe reúne esas excelsas cualidades?.-
Alfonso.- ¿Me permitís que sea yo quien haga esa misma
pregunta?.-
Condesa.-
(Aparte.)
Me cazó. Con esto mis planes se vienen abajo. Mas disimulemos y
hagamos ver que lo que él desea es lo mejor, pues seguramente está
pensando en el Príncipe de Aragón.
(Alto.) Pues
no sé... Así, de repente... Mas creo que tal vez... ¡Pues claro!
Indiscutiblemente, el Príncipe de Aragón, vuestro augusto pariente,
sería el mejor.-
Alfonso.- ¡Oh, mi querida condesa! Siempre he tenido formado
el más alto concepto de vuestra agudeza y clara visión de los
asuntos; mas, con vuestra contestación, habéis elevado al máximo
este concepto.-
Condesa.- Entonces, ¿vos también habíais pensado así?.-
Alfonso.- ¡Pues claro!.-
Condesa.-
(Aparte.)
Hagámosle la rosca.
(Alto.)
Pero, mi augusto Señor, ¿cómo no empezasteis por decir eso?
(Aparte.)
Y procuremos sacar buen partido.
(Alto.)
Pero si todas vuestras ideas, sin género de duda, van impregnadas de
la sabiduría de Salomón.
(Aparte.)
Ya veremos la manera de que esto no se cumpla.-
Alfonso.- Condesa, me confundís.-
Condesa.- Nada de eso. Si hubierais dicho eso en un
principio, hubiera apoyado con toda mi alma esta idea.-
Alfonso.- Pues celebro enormemente que penséis como yo; y aun
sintiéndolo mucho por mi parte, pues vuestra compañía es de lo más
grato que puedo tener, os ruego me dejéis solo para poder ocuparme
más concretamente de este asunto.-
Condesa.- Gustosa estoy siempre a vuestras órdenes y
dispuesta a seros útil, guiada siempre por el mejor deseo.
(Aparte,)
Sobre todo si puedo sacar provecho propio.
(Alto,)
Cumplida, pues, mi misión de hoy, con vuestra venia, me retiro.
(Se levanta para salir,)
Alfonso.-
(Acompañándola hasta salir,)
Ha sido para mí un placer haber podido charlar con vos estos
momentos.-
Condesa.- Siempre dispuesta a seros útil.-
Alfonso.- Muy reconocida vuestras atenciones y deseando que
Dios os lo premie.-
Condesa.- Que Él os ilumine y con Él quedad.
(Sale.)
Escena 5ª
Alfonso solo
Alfonso.-
Adiós, condesa.
(Se pasea pensativo.)
No sé... no sé... Me extraña un poco que Dª María no haya defendido
con mayor calor a su primo; aunque, a decir verdad, ¿cómo le iba a
defender? ¡Y qué pronto me propuso el enlace de su primo con mi
hija! ¡Cómo se dejó ver el plumero!... Aunque no me termina de
convencer que se quedase tan satisfecha con la pretendida unión de
mi hija con el Príncipe de Aragón. Y no hay que fiarse mucho de sus
palabras, pues es de las personas que siendo lobo se sabe muy bien
vestir con piel de cordero; y hay que conocerla bien para no dejarse
atrapar en sus planes ambiciosos. Mas dejemos a Dª María, a quien se
la puede combatir con las mismas armas que ella esgrime, y
preparémosnos para poder enfrentarme
con el Sr. Arzobispo, cuyo recio carácter no es tan fácil de vencer.
¡Por dónde le entraría yo!...
Escena 6ª
Alfonso y Hernán
Hernán.-
(Llama y entra.)
Con vuestra venia, majestad: el Excmo. Sr. Arzobispo de Toledo
espera en la antesala.
Alfonso.- ¿Tan pronto?...
(Aparte.)
Que sea lo que Dios quiera.
(A Hernán:)
¡Que pase!...
(Vase Hernán.)
Que Dios nos ayude.-
Continúa...
En V se lee aquí: “Esta obra está basada en los escritos inéditos
sacados de los archivos de la Parroquia y Ayuntamiento de la
localidad SANDOVAL DE LA REINA”.
algo mejor: T: < para ella algo>. V: <para ella lo
mejor>. Más abajo, en ambas copias: <algo mejor>.
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