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A C T O P R I M E R O
---- cuadro primero ----
Escena 7ª
Alfonso, Alabardero, luego el Arzobispo
Alabardero.-
(Al igual que cuando entró la condesa, da tres golpes con el cuento
de la pica.)
Paso a Su Excelencia el Arzobispo.
(Sale.)
Arzobispo.- Majestad... vuestro súbdito, al cual os habéis
dignado llamar, está a vuestra disposición.-
Alfonso.- Es para mí un placer besar el anillo de Vuestra
Excelencia y tomar consejo de la más alta autoridad de la Iglesia en
mi reino.
(Besa el anillo.)
Arzobispo.- Sabéis que siempre me tenéis a vuestra
disposición para todo cuanto pueda redundar en beneficio de la fe y
de la patria.-
Alfonso.- Por haberlo estimado así, es por lo que os he
rogado vinieseis.
Y permitid que os ofrezca asiento para poder hablar más
sosegadamente.
(Van a sentarse.)
Arzobispo.- Gustoso la acepto.
(Se sienta.)
Y ahora, si os place, podéis indicarme para qué he sido llamado.-
Alfonso.- Con sumo agrado lo haré. Y os ruego que, una vez
hayáis escuchado mis palabras, me deis vuestro prudente y leal
parecer.-
Arzobispo.- Estad seguro que así lo haré.-
Alfonso.- Pues bien, es mi deseo que mi hija, Dª Urraca, que
como sabéis viste ha tiempo toca de luto por la muerte de su
anterior esposo, contraiga nuevamente matrimonio. He consultado con
alguno de mis consejeros y hemos acordado que se case... ¿Podría Su
Excelencia indicarme quién es el mejor partido, que, como es cosa
lógica, es lo que deseo para mi hija?.-
Arzobispo.- No puede mi boca nombrar a ninguna persona, pues
quien se va a casar no soy yo sino vuestra hija.-
Alfonso.- Pero ella, como futura reina, ha de hacer lo que
más convenga al reino.
Arzobispo.- Aplaudo la idea en sí; pero en el matrimonio,
además de la cosa de conveniencia, a que hacéis mención, debe
entrar, para que luego sea feliz, el amor. ¿No os parece?.-
Alfonso.-
Pues sí, siempre que el amor lleve la conveniencia del reino.-
Arzobispo.- Y si no fuesen unidas, ¿qué
pasaría?. Casaríais a vuestra hija en contra de su voluntad y
haríais a vuestra hija mala Reina y peor esposa.-
Alfonso.- ¿Porqué?.-
Arzobispo.- Porque, al no entenderse con su esposo,
dividiríais al pueblo en partidarios de ella y del rey, que habrían
de estar en continua lucha, con el consiguiente debilitamiento
interno; y sería mala esposa al no entenderse con su marido.-
Alfonso.- ¿Acaso dudáis de la virtud de mi hija?.-
Arzobispo.- ¡Líbreme Dios de ello! Pero si vos la forzáis a
un matrimonio que ella repele, ¿cómo queréis que sea buena esposa?.-
Alfonso.- Acaso con el tiempo...... .-
Arzobispo.- Sí, acaso con el tiempo en vez juntarse, se
separen. Mas dejemos de divagar y vayamos a lo principal. Me habéis
dicho que ya habéis tomado consejo de varias personas. Si os parece
oportuno, me podéis indicar el pretendiente elegido para vuestra
hija y os daré mi parecer, siempre a expensas de que vuestra hija lo
acepte.-
Alfonso.- Hubiera preferido que fueseis vos quien nombrase
alguno de vuestro parecer
(El Arzobispo hace un signo negativo.);
mas, ya que os empeñáis, os diré mi pensamiento.-
Arzobispo.- Veamos.-
Alfonso.- He decidido casar a mi hija con el Príncipe Alfonso
de Aragón.-
Arzobispo.- ¡Imposible!.
Alfonso.- ¿Imposible? ¿Porqué, si ello es mi voluntad?.-
Arzobispo.- Porque por encima de vuestra voluntad está lo
ordenado por la Iglesia y...... .-
Alfonso.- ¿Qué es ello?.-
Arzobispo.- ¿Y vos lo preguntáis? ¿Acaso no es ilícito ese
matrimonio, por estar comprendidos los contrayentes en el
impedimento de consanguinidad?.-
Alfonso.- Pero eso se podría arreglar.-
Arzobispo.- Pero yo me opondré a que se pueda arreglar,
porque de ninguna manera la nobleza castellana, y yo con ella al
frente, puede consentir que la corona de Castilla vaya a parar a
sienes diferentes a las de su Reina o de Señor que a ella
pertenezca.-
Alfonso.- Pero ella sería Reina de Castilla y él, de Aragón.-
Arzobispo.- Y ella, y con ella todo su reino, tendría que
estar bajo la tutela de su marido, y entonces el esfuerzo de todos los
guerreros, desde Covadonga hasta ahora, quedaría inutilizado. Y
nosotros, que no queríamos ser esclavos del Islam, pasaríamos a
tener que servir en las mesnadas del Rey de Aragón. Y eso... ¡nunca!.-
Alfonso.- Entonces..., ¿con quién cree Vuestra Excelencia que
debe casarse?.-
Arzobispo.- Eso no me lo preguntéis a mí. Ya os he dicho que
en esto, además de la razón de estado, está el corazón. Que ella
elija entre los caballeros de la nobleza a un varón aguerrido e
intachable y, si así lo hace, estad seguro que toda la nobleza, y yo
el primero, estamos con todas nuestras fuerzas dispuestos a defender
a nuestros Reyes de todos sus enemigos, cualquiera que sea la
religión que profesen.
Alfonso.- Pero es que ella parece que se inclina por el señor
de Sandoval, el conde de Candespina.-
Arzobispo.- Y muy acertada me parece su elección. ¿Acaso no
es un varón intachable, esforzado guerrero y con excelentes dotes de
mando?.-
Alfonso.- Sí..., pero... su origen es muy oscuro.-
Arzobispo.- Su origen poco importa, si sabe llevar con
dignidad su título de nobleza. -
Alfonso.-
(Poniéndose en pie.) ¡Pues no consentiré jamás ese matrimonio!.-
Arzobispo.-
(Poniéndose en pie) ¡Pues yo impediré el otro!.-
Alfonso.- Eso ya lo veremos.-
Arzobispo.- Tenerlo por seguro. Y sabed que será el primero
que me oponga a que la corona de Castilla ciña sienes que no sean
las de un castellano.-
(Vase hacia la puerta.) Quedad con Dios.-
Alfonso.- Que Él os acompañe.
(Pausa.)
Escena 8ª
Alfonso y Hernán
Alfonso.-
Esto lo voy a decidir ahora mismo.
(Va a la puerta y llama:) ¡Hernán!. -
Hernán.- ¿Llamabais, Majestad?.-
Alfonso.- ¿Dónde está la princesa?.-
Hernán.- Creo que en sus habitaciones.-
Alfonso.- Bien; entonces yo mismo la llamaré.-
Hernán.- Con vuestra venia, ¿puedo retirarme?.-
Alfonso.- Sí; pero no os alejéis mucho por si me hacéis
falta.
(Sale Hernán.)
(El rey se dirige hacia las habitaciones de la princesa y llama:)
Urraca.-
Escena 9ª
Alfonso y Urraca
Urraca.-
(Desde dentro:)
Voy, Señor.
(Aparece en escena Dª Urraca)
¿Qué deseáis, mi querido padre y Señor?.-
Alfonso.- Bien sabéis, mi querida hija, que siempre estoy
pendiente de
ti, y buscándote lo mejor.-
Urraca.- Tengo que agradeceros vuestra intención, mas también
me permito deciros que hasta ahora en todo habéis obrado sin contar
conmigo.-
Alfonso.- ¿Y acaso estás descontenta de mis decisiones?.-
Urraca.-
Descontenta, no; pero hasta ahora he sido una niña que sólo he hecho
obedeceros.
Alfonso.- ¿Y es que en lo sucesivo no piensas hacerlo?.-
Urraca.- Sí..., mas también desearía...... .-
Alfonso.- ¿Qué desearías?.-
Urraca.- Que antes de tomar una decisión contarais conmigo.-
Alfonso.- ¿Es que te sublevas?.-
Urraca.- No. Pero creo que es cosa lógica que las cosas en
que yo soy parte interesada también debe contar mi parecer.-
Alfonso.- Tal vez tengas razón; pero es que hoy te falta
experiencia y no comprendes bien los problemas.-
Urraca.- Tal vez me falte experiencia; pero lo que no me
falta es corazón.-
Alfonso.- Pero es que, como futura reina, has de anteponer
muchas veces las razones del reino a las del corazón.-
Urraca.- Muchas veces sí; pero no siempre.-
Alfonso.- Por lo menos en todas las cosas decisivas para el
reino.-
Urraca.- Siempre que no sean decisivas para mi persona.
Alfonso.- Algunas veces sí.-
Urraca.- Con ello no contéis. -
Alfonso.- Eso lo veremos. Pero veamos si podemos conjugar las
dos cosas.-
Urraca.- Siempre que así sea, me tenéis a disposición.-
Alfonso.- Bueno, pues; veamos. Hace ya tiempo que quedaste
viuda de tu querido esposo y es mi deseo que, antes de que yo me
muera, vuelvas a contraer matrimonio, para así dejar aseguradas las
cosas del reino.-
Urraca.-
Procuraré complaceros y os daré cuenta de mis decisiones.-
Alfonso.- No es eso. Es mi deseo dejar este asunto
esclarecido hoy.-
Urraca.- Pero yo aún no lo he pensado...... .-
Alfonso.- Tú, no; pero yo, sí.-
Urraca.- ¡Ah, vamos! ¿Y también os habéis adelantado a
elegirme esposo?.-
Alfonso.- Pues sí.-
Urraca.- ¡Claro! Repetís lo que hicisteis cuando, siendo
niña, me casasteis con el conde don Ramón de Borgoña. Y yo ¿no
cuento?.-
Alfonso.- Porque deseo contar contigo
es por lo que te he llamado.-
Urraca.- Bueno; pues veamos, aunque creo que va a ser muy
difícil.-
Alfonso.- ¿Porqué, si he elegido para ti el mejor partido?.-
Urraca.- No divaguemos y vayamos al grano; y, si me permitís,
después os daré mi parecer.-
Alfonso.- Pues bien. Teniendo en cuenta que como futura Reina
de Castilla, has de procurar por todos los medios acrecentar tus
dominios a costa de los moros y fortalecer tu reino, he elegido para
ti un esforzado y noble guerrero descendiente de la más preclara
estirpe real.-
Urraca.- ¿Y quién es él, si puedo saberlo?.-
Alfonso.- El príncipe Alfonso de Aragón, vuestro primo.-
Urraca.- ¡Imposible!.-
Alfonso.- ¿Imposible? ¿Por qué? ¿Acaso no ves que así se
unirían los reinos de Aragón y Castilla y tú serías la reina de casi
toda la España cristiana?
Urraca.- Y, por ventura, ¿vos no conocéis a mi primo?.-
Alfonso.- ¿Qué tiene de malo?.-
Urraca.-¿Y vos me lo preguntáis? ¿O es que no conocéis su
carácter altivo y dominante, que vería en mí no a la reina de
Castilla, sino a la mujer o, mejor aún, a la esclava para satisfacer
sus caprichos?.-
Alfonso. Pero tú le sabrás dominar.-
Urraca.- ¿Pero es que hay alguien que pueda dominar a mi
primo? ¿No veis que sería esclavizada por esa fiera que anda sobre
dos piernas?.-
Alfonso.- ¿Pero no ves que serías la reina del reino más
grande de España y casi de toda la cristiandad?.-
Urraca.- Sí, la reina más grande de la cristiandad, a costa
de ser la mujer más desgraciada de mi reino.-
Alfonso.- ¿Acaso serías más afortunada con ese señor de
Sandoval, con quien, según creo, tenéis
devaneos amorosos?.-
Urraca.- ¡Pues sí! Porque al señor de Sandoval, en corazón
noble y actitud leal hacia mí, no hay ni dentro ni fuera de mi reino
caballero que le iguale.-
Alfonso.- ¿Pero no ves que es muy poca cosa para ti, y su
origen es de una familia plebeya?.-
Urraca.- Su origen será de familia plebeya, pero sin esa
familia vos no seríais hoy lo que sois.-
Alfonso.-
¿Qué dices, insensata? ¿Acaso debo yo mi reino a un plebeyo?.-
Urraca.- ¡Acaso sí!.-
Alfonso.- ¿Cuándo un rey como yo, debe un reino a un plebeyo?
¡Explícame eso!
Urraca.- Si lo deseáis, así lo haré. Si en la batalla de
Covadonga el plebeyo Sando-Cuervo no hubiera defendido con el arrojo
y heroísmo con que lo hizo la viga que servía de puente en aquel
precipicio, los infieles hubieran derrotado a las huestes del rey D.
Pelayo y hoy vos en vez de ser rey de Castilla, tal vez fueseis un
esclavo de los moros. Mirad si sería grande su valor y decisiva su
actitud, que el propio rey D. Pelayo allí mismo, sobre el campo de
batalla, como reconocimiento a sus méritos, le nombró caballero y
cambió su nombre de Sando-Cuervo en Sando-Vale, o Sandoval, que, hoy
como antes y siempre, con legítimo orgullo lleva.-
Alfonso.- ¿Todo eso es lo que os ha contado ese mal caballero
para embaucaros?.-
Urraca.- Ni él me lo ha contado, ni es mal caballero, ni me
ha embaucado. Ya os he dicho que ya no soy una niña, y que las cosas
que a mí me atañen las resuelvo por mí misma.
Alfonso.- Pues con todo y con ello, te casarás con el
príncipe don Alfonso.-
Urraca.- ¡No me casaré!.-
Alfonso.- ¡Te casarás por las buenas o por las malas!.-
Urraca.- ¡Habrá de ser a la fuerza y en contra de mi
voluntad!
Alfonso.- Lo será, y serás la reina más grande.-
Urraca.- La reina más grande y la mujer más desgraciada,
sacrificada por su propio padre en aras de una grandeza mal
entendida. ¿Es eso
lo que pretendéis?: ¿mi desgracia? ¿mi ruina? ¿mi esclavitud? .-
Alfonso.- No es eso lo que pretendo, sino vuestra grandeza.-
Urraca.- Mi grandeza a costa de mi dicha... mi felicidad... y
eso forzada por mi padre...... ¡Oh, qué desgraciada soy!...
(Llora.)
Alfonso.- Llora y desahoga tu corazón; pero piensa despacio
lo que te propongo... y, para no interrumpirte, te dejo; ya me darás
cuenta de tus decisiones......
(Vase.)
Continúa...
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