Memoria escenificada de Sandoval de la Reina     (Continuación)      (Comedias)

Por D. Andrés Hernández Macías


 

 

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Concluye el
A C T O   P R I M E R O
---- cuadro primero ----

Escena 10ª

Urraca, luego Hernán

Urraca.- (Continúa unos momentos con sus sollozos y luego dice:) Ayudadme, Dios mío, y haced que esto no se cumpla... Voy a pasar aviso al conde de Candespina y veremos qué le parece a él de esto. (Va a la puerta y llama:) ¡Hernán!.-

Hernán.- ¿Llamabais, princesa?.-

Urraca.- Sí, Hernán. Mira, vas a ir de mi parte al palacio del señor de Sandoval y le dices que venga inmediatamente. Vuela, porque le estoy esperando y yo os aguardaré en esta misma habitación.-

Hernán.- Vuestras órdenes serán cumplidas inmediatamente.
(Sale.)

 


 

Escena 11ª

Urraca sola

Urraca.- (Se pasea un rato pensativamente; por fin dice:) ¿Pero cómo es que mi padre me obliga a un matrimonio que no deseo? ¿Pero es que forzosamente he de ser una desgraciada? ¡No lo consintáis, Dios mío!... Mas ¿cómo solucionarlo? ¡Oh, padre ciego y orgulloso, que, por un amor mal entendido, llevas a tu hija a la desgracia!... ¿Porqué no seré hija de un plebeyo, libre para casarme con quien desee! ¡Razones de Estado!... ¿Y el corazón?... ¿Pero es que puede ser grande un estado, cuya soberana sufre y padece? ¡Oh, Dios mío, piedad! ¿No os apiadaréis de mí? ¿Qué os he hecho, Dios mío, para que así os ensañéis conmigo? ¿Podrá sacarme de este atolladero el señor de Sandoval? (Se oyen pasos fuera.) ¡Ya se oyen pasos! ¡Ya viene D. Gómez! ¡Oh, cómo me late el corazón!...... ¡Ayudadme, Señor!.-
 

 

 

Escena 12ª

Urraca, Hernán, luego el Conde


Hernán.-
(Entrando:) Princesa, D. Gómez de Sandoval espera en la antesala.-

Urraca.- Que pase inmediatamente.-

Hernán.- Con vuestra venia.
(Sale.)

Conde.-
(Entra, se dirige a Dª Urraca e hincándose de rodillas, la toma la mano y se la besa al mismo tiempo que dice:) ¡Mi querida doña Urraca!.-

Urraca.- ¡Oh! D. Gómez, alzaos y ved si podéis ayudarme en estos momentos en que parece que todos están en contra de mí.-

Conde.- No os aflijáis, querida princesa, ni penséis que todos estamos en contra vuestra. Ya sé lo que me vais a decir, por habérmelo dicho todo el Señor Arzobispo de Toledo; y somos varios los que estamos esperando vuestra decisión, para poder obrar en consecuencia.-

Urraca.- ¿Y vos dudáis de mi decisión y de mi amor?.-

Conde.- Perdonad, princesa. Jamás dudaría de vos. Mas tal vez por razones de otra índole... .-

Urraca.- Para mí la primera y principal razón es mi corazón. Antes que reina soy mujer, y como mujer quiero para mí lo que es de mi agrado.-

Conde.- Me emociona oíros hablar así... Mas nosotros llegamos a pensar que acaso vuestro padre os hubiese convencido con una razón de Estado y sacrificaríais todo en beneficio de esa idea.-

Urraca.- Podéis creerme, D. Gómez, que acaso hubiera sacrificado ni felicidad personal en pro de mi reino, si verdaderamente yo creyese que con ello le beneficiaba; pero es que en este[1] caso, aun comprendiendo los buenos deseos de mi padre, yo veo que con mis sacrificios tanto el reino como yo tendríamos que estar sujetos a sus decisiones; y eso lo quiero evitar y eso es lo que yo ni en la nobleza castellana podemos consentir.-

Conde.- Y que no consentiremos. Por de pronto el Sr. Arzobispo de Toledo está dispuesto a impedir que se celebre ese matrimonio, por ser primos.

Urraca.- ¿Y si mi padre pide dispensa?.-

Conde.- En cuanto sepamos que vuestro padre manda emisarios para solicitar dispensa, mis hombres saldrán a su encuentro e impedirán que lleguen a su destino.-

Urraca.- ¿Y si vos no os enteráis o por cualquier otra causa llega el emisario, o me obliga a casar sin el impedimento?.-

Conde.- En ese caso yo, con los que quieran seguirme, me sublevaría en defensa vuestra.-

Urraca.- No, D. Gómez, no.-

Conde.- ¿Por qué no? Acaso pensáis que puedo consentir que la dama de mis amores, la mujer de mis ensueños, el ideal por el cual late de corazón encendido de amor y de pasión, pueda sufrir y padecer, teniendo sangrando su ardiente corazón, cuando yo puedo ser el bálsamo amoroso que cicatrice su herida?... No, eso no; eso jamás lo consentiré; antes perderé mi vida que consentir tal villanía.-

Urraca.- D. Gómez, por Dios, por nuestro amor, no habléis más así, no aflijáis aún más mi corazón; no ensanchéis ni profundicéis aún más la herida abierta en mi pecho y hagáis que muera no sé si de dolor o de odio ¿No veis que si vos os subleváis en contra de mi padre una de los dos tendría que caer en la refriega y entonces yo tendría que odiar o al amor que mató a mi padre, o al padre que me quitó mi amor?.-

Conde.- ¡Por Dios, vida mía, no me habléis así! No aumentéis más mi congoja, viendo acrecentarse vuestra angustia. Si vuestro deseo es sacrificaros obedeciendo a vuestro padre, yo también me sacrificaré obedeciendo vuestros deseos que para mí serán órdenes, y estrujaré fuerte mi corazón acá en lo más profundo de mi pecho, para que no muera asfixiado de amor. Del amor puro, íntimo, ferviente, total, que os profeso. Y hoy, por ese amor que os profeso,
(saca la espada) os juro por esta cruz que mi espada sólo se desenvainará en defensa de vuestra persona, de vuestros ideales, de vuestros intereses, y os ruego que, si algún día caigo, no permitáis que se extinga nuestro amor, antes bien haced que perdure por toda la eternidad, haciendo que ya que no nuestras personas, por lo menos mi señorío y vuestra realeza permanezcan unidos por siempre con el mismo amor con que mis labios besan vuestra mano, y que Sandoval sea por siempre ¡¡¡SANDOVAL DE LA REINA!!! (con la rodilla en tierra y besa la mano.)



T E L Ó N


 

[1] T: <ese caso>.

Fin del
A C T O   P R I M E R O
---- cuadro primero ----

           Continúa...  

Autor: Andrés Hernández Macías - 1957