Hoy estamos diciéndote adiós, ¡y qué difícil es!, pero estamos aquí todos juntos, como tanto te gustaba vernos; a tu alrededor. Tus mejillas rojas por el calor de la familia y tus ojos brillantes de emoción y de orgullo.

No podías esconder la sonrisa al ver a tus hijos y nietos. Y nosotros cómo nos reíamos de tus bromas y chascarrillos.

Parece que es hoy que te vemos caminando hacia la huerta con el azadón al hombro y los perros siguiéndote allá donde fueras.

El día empezaba con tu tazón de sopas, de pan, colacao y leche. Te enfrascabas tanto en tus labores que no te dabas cuenta de que era la hora de comer. Aunque el hambre nunca te faltó. Ni tampoco tus siestas, por mucho alboroto que hubiera en la casa.

Te gustaba hablar con la gente, pararte a charlar cada dos pasos. Por eso, cruzar la plaza de Villadiego contigo podía durar toda una mañana.

Tu nombre, Amonario, tan particular y único, nos parece ya común de tanto que se ha pronunciado.

Y cómo no recordar también tus partidas al chinchorro y los paseos a la bodega.

¡Qué bien lo pasaste en los viajes que hiciste con la abuela!
Y cómo disfrutabas contándolos.

Pero el viaje más grande ha sido tu viaje compartido con ella.
Vuestro amor y dedicación han sido un ejemplo para nosotros. Un legado que guardaremos en nuestros corazones.

Siempre te recordaremos.

Gracias a todos los que estais aquí hoy y a todos aquellos que no han podido venir.

Tus nietos